lunes, 5 de abril de 2010

EL PADRE DE KAFKA

Querido padre:
Te tengo miedo. Se cada uno de tus reproches. Me lo has dado todo y conoces la gratitud del hijo, pero nada más. Nunca he sido franco contigo, me he escondido de ti. Nunca me he puesto a tu lado en el templo. Me he desentendido del negocio. Te he dejado solo. He sido frío, despegado e ingrato. Y crees que la culpa es mía. La verdad es que no hay culpables, tú tampoco lo eres. Si hubiera crecido libre de tu influencia tampoco habría llegado a ser el hombre que tú habrías deseado. Pero habría sido distinto a cómo soy ahora: un ser débil, medroso, vacilante, inquieto, y nos habríamos tolerado mutuamente. Un hombre feliz de ser tu amigo. Eres distinto a mí, por tu robustez, salud, apetito, humor, facilidad de palabra, autosatisfacción, tenacidad, cierta generosidad. Somos tan diferentes y tan peligrosos el uno para el otro. De niño me trataste con dureza, gritos y cólera, pretendías que fuera fuerte y valeroso. Desde tu butaca gobernabas el mundo. Siempre tenías razón. Despreciabas a mis amigos sin conocerlos, por el simple hecho de ser mis amigos. Es imposible una relación serena, lo impide tu temperamento déspota. El severo ejercicio de tu dominación.
Alguna vez sufrías en silencio, asomaban el amor y la bondad. Ocurría pocas veces pero era maravilloso. Cuando eso ocurría tendía a llorar de felicidad y hoy lloro al escribirlo. Cómo cuando sonreías satisfecho y podías con esa sonrisa hacerme feliz.
Pero todo lo mío era causa de tu repulsa, mi judaísmo que no coincidía con el tuyo te daba asco, y repudiabas mi escritura como un ejercicio de mi libertad. No comprendes mi deseo de matrimonio, lo ves como mi independencia, mi libertad. Seríamos iguales. Y eso te es insoportable. Quizá he llegado a algo tan próximo a la verdad, que puede tranquilizarnos un poco a ambos y hacernos más fácil la vida y la muerte.
Franz



(Publicado en la edición impresa de EL MUNDO. Madrid, 19 de marzo de 2010 )